Una semana antes de los acontecimientos del 11 de septiembre en los Estados Unidos, ingenieros estructurales se reunían en Frankfurt, Alemania, para discutir cómo construir rascacielos más altos.
A la luz de las nuevas preocupaciones que afligen a los constructores a partir de esta fecha, vale la pena reflexionar un poco acerca del origen y el futuro de esta tipología en nuestras ciudades y en el mundo.
Las estructuras altas, que tienen su origen en la densificación de las ciudades posterior a la revolución industrial, fueron posibles debido a una serie de avances tecnológicos (como la construcción en acero y el elevador) combinados con una elevada demanda y valor de la tierra en los centros urbanos. Esta tendencia, que originalmente tenía fundamentos predominantemente económicos, gradualmente se fue complementando con el factor de "engrandecimiento", que convirtió a los edificios altos en íconos de poder y embarcó a la cultura occidental, incluyendo a nuestro país, en una carrera en la que la lógica, la viabilidad financiera y la seguridad quedaron en segundo término.
El valor de la tierra en los centros de las ciudades actuales en muchos casos no justifica la densidad tan elevada que se genera en los rascacielos. Consideremos que muchos de estos centros, especialmente en los Estados Unidos, llegaron a sufrir de una situación cercana a la quiebra en las épocas del éxodo suburbano que los convirtió en "elefantes blancos". Otro factor que le resta importancia a la centralización de las empresas de hoy es la revolución digital, que hace menos crítica la cercanía física entre los empleados.
Adicionalmente, las grandes corporaciones se han dado cuenta de que el contar con un icono vertical como muestra de poder ya no es indispensable para estar en la mente de los consumidores (pensemos en Microsoft, y su decisión de ubicar su cuartel general fuera de los centros urbanos y con una altura que no rebasa los 20 metros).
Si a esto añadimos los problemas que generan los rascacielos (sombras y corrientes de aire a nivel de piso así como saturación de servicios viales y de infraestructura), tenemos un escenario en el que la viabilidad de la tipología debería ser seriamente cuestionada.
Probablemente en el futuro nuevos sistemas de seguridad sean impuestos como requisito a los constructores para mejorar las probabilidades de supervivencia de los residentes de estas estructuras, pero estas soluciones, aunadas a los costos inherentemente altos de las mismas por su complejidad (toda estructura de tamaño considerable es sujeta a cargas laterales por causa de los vientos que en ocasiones igualan la carga axial de la gravedad), solamente disminuirán su viabilidad financiera.
De hecho, desde hace décadas diferentes críticos como Krier y Blake habían propuesto una moratoria a la construcción de edificios altos y a la "hipertrofia urbana" por razones estéticas, funcionales y ambientales.
Desafortunadamente, tuvimos que esperar a la tragedia para reconsiderar estas propuestas a la luz de las nuevas teorías urbanas.
En el mundo, nuevos desarrollos con planeación "neo-tradicionalista" están cuestionando la necesidad de la construcción vertical. Numerosas ciudades en el mundo han demostrado que un centro urbano con buena densidad y baja altura no solo es posible y rentable, sino que también es más sustentable a largo plazo.
De cualquier manera, hay que reconocer que la carrera continúa, y que en el mundo, particularmente en oriente, los símbolos de prestigio y poder siguen siendo necesarios. Las "Torres Petronas", en Kuala Lumpur, reactivaron hace algunos años la tendencia, y la reciente tragedia de las torres gemelas difícilmente detendrá esta señal de progreso, por lo que conviene preguntarse:
Deberán también ser más seguros. Aunque no existen materiales ni sistemas constructivos que resistan el fuego de manera sostenida, compuestos cerámicos, aditivos retardantes y materiales celulares absorbentes de impacto se incorporarán incrementando el tiempo de resistencia de la estructura. Esto se deberá complementar con sistemas redundantes de evacuación, tal y como ya es norma en algunas ciudades asiáticas. Otras estrategias, como el empleo de pesados núcleos de concreto, elevadores especiales para bomberos y niveles intermedios de refugio podrán incorporarse, aunque en estos casos las decisiones serán políticas y económicas más que técnicas.
Independientemente de que las Torres Gemelas se reconstruyan o no, es indudable que en poco tiempo renacerá el interés por esta tipología en las ciudades de los Estados Unidos (Donald Trump es uno de los inversionistas interesados), pero solo se puede esperar que esta vez no se repetirá el error del siglo XX, en el que las cosas se hacían solamente porque eran posibles tecnológicamente.